CON TODO EL CONOCIMIENTO QUE dan las ciencias de la salud y la tecnología, la gente vive mucho más que hace cien o cincuenta años, pero también debido a toda esa ciencia y tecnología, los médicos pueden hacer que vivan de más y ahí está el problema. Voy a contar algo, porque no quiero que a nadie, conocido o desconocido, le pase lo mismo.
Un amigo, hombre mayor, cuando conversaba con sus amigos nos pedía que, si se enfermaba de gravedad, no lo resucitaran, que simplemente lo dejáramos ir, sin lo que él consideraba las vejaciones de los tubos, de los respiradores artificiales, de la maraña de cables conectados hasta en el último pedazo de su cuerpo, pinchado con agujas, sondas y con esos angustiantes sonidos que producen los aparatos en los cuidados intensivos. Todos estábamos de acuerdo, pero él nunca concretó eso por escrito. Llegó el momento fatal y después de varias operaciones y en un estado en que él no podía hablar, dopado, entubado y con respirador, los amigos les suplicamos a los médicos que no lo sometieran a eso, explicando que esa era su voluntad. Vino su único hermano del extranjero, médico por lo demás, y se dio cuenta que su situación era irreversible; él les hizo la misma súplica. Uno de los médicos entornaba los ojos hacia el cielo y decía que Dios era el único dueño de la vida, que había que esperar a que se pronunciara. Mi amigo no era creyente. Tampoco tenía seguro médico. Tenía, eso sí, unos buenos ahorros para sus enfermedades, y en la clínica lo sabían perfectamente. El taxímetro de cuidados intensivos iba marcando día a día, durante tres largas y tormentosas semanas. Curiosamente Dios no se pronunciaba. De pronto si hubiera sido a través de una EPS, Dios sí se lo hubiera llevado rapidito.
Todos los que lo rodeamos y lo quisimos vivimos los momentos más angustiosos con la impotencia de no poder darle gusto en su última voluntad. Y así se fue, atormentado, mortificado y de pronto pensando que lo habíamos traicionado.
Si hubiera firmado los papeles de la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente, como pensaba hacerlo, para dejar su voluntad consagrada en ese papel imponiendo su autonomía para tener una muerte digna, tal vez lo hubieran respetado y no hubiera tenido que pasar por esas torturas para saber que al final se iba a morir en las condiciones que siempre le aterraron, es decir, una muerte medicalizada: indigna.
Morir es simplemente un paso más de la vida y si uno quiere tener una muerte digna debe irse preparando para eso desde joven. Las personas, así como deben tener autonomía sobre su vida, deben tenerla para su muerte.
La Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente (DMD) cuya fundadora fue Beatriz Kopp de Gómez, provee el documento Esta es mi voluntad y ahí se puede dejar consignada para que los médicos, familia y amigos la cumplan. Además, DMD tiene un equipo humano para acompañar a los enfermos terminales a que acepten su propia mortalidad, a irse desprendiendo suavemente de la vida, acompañados de sus familias y amigos, en su ambiente, sin dolor, con sus objetos y con sus cariños.
Es claro que no somos inmortales. Que el tiempo va pasando. No dejemos de consignar por escrito nuestra voluntad, que además es muy sencilla: morir con la dignidad que nos corresponde.
Por: Marcela Lleras
Un amigo, hombre mayor, cuando conversaba con sus amigos nos pedía que, si se enfermaba de gravedad, no lo resucitaran, que simplemente lo dejáramos ir, sin lo que él consideraba las vejaciones de los tubos, de los respiradores artificiales, de la maraña de cables conectados hasta en el último pedazo de su cuerpo, pinchado con agujas, sondas y con esos angustiantes sonidos que producen los aparatos en los cuidados intensivos. Todos estábamos de acuerdo, pero él nunca concretó eso por escrito. Llegó el momento fatal y después de varias operaciones y en un estado en que él no podía hablar, dopado, entubado y con respirador, los amigos les suplicamos a los médicos que no lo sometieran a eso, explicando que esa era su voluntad. Vino su único hermano del extranjero, médico por lo demás, y se dio cuenta que su situación era irreversible; él les hizo la misma súplica. Uno de los médicos entornaba los ojos hacia el cielo y decía que Dios era el único dueño de la vida, que había que esperar a que se pronunciara. Mi amigo no era creyente. Tampoco tenía seguro médico. Tenía, eso sí, unos buenos ahorros para sus enfermedades, y en la clínica lo sabían perfectamente. El taxímetro de cuidados intensivos iba marcando día a día, durante tres largas y tormentosas semanas. Curiosamente Dios no se pronunciaba. De pronto si hubiera sido a través de una EPS, Dios sí se lo hubiera llevado rapidito.
Todos los que lo rodeamos y lo quisimos vivimos los momentos más angustiosos con la impotencia de no poder darle gusto en su última voluntad. Y así se fue, atormentado, mortificado y de pronto pensando que lo habíamos traicionado.
Si hubiera firmado los papeles de la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente, como pensaba hacerlo, para dejar su voluntad consagrada en ese papel imponiendo su autonomía para tener una muerte digna, tal vez lo hubieran respetado y no hubiera tenido que pasar por esas torturas para saber que al final se iba a morir en las condiciones que siempre le aterraron, es decir, una muerte medicalizada: indigna.
Morir es simplemente un paso más de la vida y si uno quiere tener una muerte digna debe irse preparando para eso desde joven. Las personas, así como deben tener autonomía sobre su vida, deben tenerla para su muerte.
La Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente (DMD) cuya fundadora fue Beatriz Kopp de Gómez, provee el documento Esta es mi voluntad y ahí se puede dejar consignada para que los médicos, familia y amigos la cumplan. Además, DMD tiene un equipo humano para acompañar a los enfermos terminales a que acepten su propia mortalidad, a irse desprendiendo suavemente de la vida, acompañados de sus familias y amigos, en su ambiente, sin dolor, con sus objetos y con sus cariños.
Es claro que no somos inmortales. Que el tiempo va pasando. No dejemos de consignar por escrito nuestra voluntad, que además es muy sencilla: morir con la dignidad que nos corresponde.
Por: Marcela Lleras
1 comentario:
Muy buen blog, nos gusto mucho este articulo. Creo que todos merecemos vivir con mayor calidad de vida.
Saludos.
Suerte con el blog.
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